martes, 23 de noviembre de 2010

No hay dolor más grande que el ser víctima de abuso sexual

No hay dolor más grande que el ser víctima de abuso sexual desde niños. No hay noticia más desagradable y repugnante que cuando se propaga en los medios, casos de abuso sexual a menores. No hay trauma más grande que marque la vida de las personas cuando de niños sufrieron violencia sexual.

Siempre aconsejamos a nuestros hijos que tengan cuidado de las personas desconocidas, de no entablar conversación con ellos y menos acompañarlos cuando se lo pidan, de no recibirles un dulce. Siempre les aconsejamos que se cuiden de esos desconocidos; sin embargo la cruel realidad nos demuestra que son las personas más cercanas las que cometen abusos sexuales con los niños: el padre. El padrastro, el tío, el hermano, el abuelo, el primo, el vecino.

 
Un padre que empieza a tocar indebidamente a su pequeña hija y le hace creer que son juegos de los dos, que es un secreto que nadie debe saberlo. La niña entra en confusión, siente que algo no está bien. Ella quiere a papito, pero papito se pone muy extraño cuando la acaricia. Se asusta y él deja de jugar. Pasan los días y vuelve a jugar ese juego secreto que a ella la confunde, pero cree que si lo juega papito no puede ser malo; transcurre el tiempo y el papá cual adulto enfermo y sin valores quiere seguir jugando, pero esta vez va más allá. Le enseña a jugar al sexo oral. La niña se confunde no sabe si está bien o está mal, sólo sabe que no se lo debe decir a mamita porque es un secreto entre ella y su papito. ¿Cómo desconfiar de su papá? Ella lo quiere mucho y permite aún cuando no le guste que su papito siga jugando con su cuerpo.

Poco a poco su papito avanza en los juegos y de pronto ella siente que esos juegos ya no son tan agradables, que esos juegos duelen y grita, no quiere más. Su papito se detiene y le pide perdón; sin embargo no tardará en volver a jugar en secreto hasta que logra arrebatarle su inocencia, pero esta vez papito ya no ruega, ya no ríe, ahora papito exige, amenaza y esas amenazas son cada vez más fuertes hasta el extremo de decir que si se lo cuenta a mamá él la matará.

Algunos padrastros son los que violenta sexualmente a las hijas o hijos de su pareja. Generalmente buscan a las mujeres pobres, con pocos estudios porque son más vulnerables y sobretodo que tengan hijos. Sutilmente se meten en la casa. La madre se siente feliz por haber encontrado un hombre bueno que la quiere a ella y protege a sus hijos. Ella le da toda la confianza, hasta se va al mercado o a trabajar fuera de la casa dejando a agresor al cuidado de sus hijos. Es esos momentos en que el depravado aprovechará para dar rienda suelta a sus bajos instintos. Y la regla funciona siempre de maravilla. Cuando los hijos cuentan lo que está sucediendo, la madre no les cree o dice no creerles, incluso llaman mentirosos a los niños y los golpean. Sólo cuando la agredida es jovencita y sale embarazada recién creerá la madre.

 
Lo extraño de toda esta situación es que la madre cuando se entera de esto, muchas veces agrede a la hija por haberle coqueteado o insinuado a su pareja, se siente celosa, la golpea y la echa de casa. En otras, la madre se quita la venda de los ojos y denuncia al agresor, aunque la mayoría de las veces estos se fugan de la casa, dejando a la familia sumida en una mezcla de sentimientos entre vergüenza y rabia.

El abuso sexual infantil es real, no es un cuento ni una exageración. Hay casos horrendos que no se pueden comentar. Lo cierto es que hay adultos que lejos de desarrollar sentimientos de ternura y protección hacia los niños, su mente perturbada les hace sentir deseo sexual por esas personitas indefensas. Cuántos casos de niños violentados, cuántos casos de niños asesinados después de haber sido abusados sexualmente.

Si usted amigo o amiga lectora conoce de algún caso, no se queden callados, denúncielo aunque sea un pariente cercano. Denúncielo aunque ello implique la vergüenza familiar. No nos quedemos callados. El callar nos hace cómplices.