lunes, 24 de octubre de 2016

El pederasta.


Madrid vivió durante más de un año la psicosis de un depredador sexual de niñas que actuaba de una forma aterradora. Había desarrollado una técnica que le permitía raptar pequeñas en las mismas narices de sus familiares. Yo he recorrido los escenarios donde actuó, y de los que se llevó a cuatro niñas de entre cinco y nueve años.
Los pederastas desarrollan una especie de psicología infantil que surge de la observación y del acoso. Este aplicaba unos cuentos muy efectivos que le permitían llevarse a sus víctimas de un entorno vecinal apacible y supuestamente seguro. El desastre vino por la falta de información y prevención. Los muchos meses de angustia se debieron a la improvisación con la que al final hubo que enfrentarse a una amenaza, la de la pederastia, que es el azote del siglo XXI.
En estos momentos se juzga a Antonio Ortiz como presunto autor de los hechos. Sería el famoso pederasta de Ciudad Lineal, si es que así se determina en la vista oral. Por el momento hay una acusación que se apoya en elementos de peso que surgen del trabajo de la policía científica y la declaración de las víctimas, que pese a su corta edad fueron capaces de facilitar datos muy valiosos. Dicen los investigadores que este pederasta de Ciudad Lineal, sea Ortiz o no, era un delincuente en rápida transformación que habría podido convertirse en asesino múltiple. De hecho, Ortiz está acusado de homicidio frustrado. Ante el tribunal ha decidido no declarar, y asistirá a un largo juicio de casi dos meses, que personalmente considero excesivamente largo. Este presunto ya fue condenado por llevarse a una niña muy pequeña de la puerta de un colegio, por lo que le cayeron nueve años, de los que solo cumplió siete. Este tipo de delincuentes no suele mejorar ni reinsertarse.
La eventualidad de que acabara en el punto de mira de la Policía tan tarde, meses después de haber convertido Madrid en una ciudad aterrorizada, tal vez se debió a que su caso no estaba clasificado como de depredación sexual. Simplemente figura como si fuera un delito aislado de secuestro y abusos. Esto de la perversión de los archivos ha influido negativamente en otros asuntos de gran calado, como el asesinato de los novios de Valdepeñas, donde lo que fue el crimen de un depredador se tomó como un robo con homicidio, aunque a la chica le faltaba la falda.
Los escenarios en los que actuaba el pederasta de Ciudad Lineal eran sitios tranquilos, como la puerta de una tienda de chuches, un parque o los alrededores de un colegio. Lugares habituales para quienes alimentan el abuso sexual de niños como obsesión. En la búsqueda de este pederasta en serie fueron detenidos otros delincuentes sexuales de forma inesperada. Tal vez sirva de lección en el futuro: primero para los padres, que deben saber que a uno de estos tipos entrenados en el arte del birlibirloque le resulta muy sencillo llevarse un niño mediante mentiras o regalos; en segundo lugar, para estar alerta en la patrulla constante de las inmediaciones de colegios, parques infantiles y lugares de recreo de los niños. Los depredadores se acercan a ellos en espera de una oportunidad de actuar. Su dependencia de la obsesión es tan grande que con frecuencia se arriesgan a ser detectados. Tal vez un caso así fue el de Yeremi, del que ahora, tantos años después, se dice que podría estar resuelto si se comprueba que un sospechoso le rondaba y vigilaba sus juegos.
La acción de un pederasta sorprende por su crueldad. Las niñas que recibieron abusos quedaron con diferentes niveles de trauma, y al menos una de ellas estuvo a punto de morir por las medicinas que supuestamente le facilitó su raptor para someterla. También han precisado, según los casos, atención médica y psicológica. El autor no era ni con mucho el único pederasta de Madrid, aunque es cierto que éste había alcanzado el cénit de la maldad. La oportunidad de aprender de este largo juicio, sus resultados y actuaciones, no debe ser desaprovechada.

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